El Vedado, paradigma del urbanismo moderno, modelo permanente para los barrios de expansión de La Habana, referente obligado, intensamente estudiado por los urbanistas cubanos del siglo XX, fue la primera bandera de modernidad plantada en la capital cubana. Dígase mejor, trazada en su tierra. Colmado luego por palacetes que desplegaron lo mejor de la arquitectura republicana, y alzado su perfil con múltiples torres de apartamentos, no detuvo su espíritu de vanguardia hasta mediados del siglo XX.
No obstante, El Vedado (nombre genérico que incluye el reparto El Carmelo) nació en el siglo XIX, época de la que aún conserva algún patrimonio construido. Conocerlo es el primer paso para valorarlo. Preservarlo debería ser, dado su significativo deterioro, un compromiso urgente.
De 1859-60 es la concepción de su magnífico trazado que tan eficientemente ordenó la circulación peatonal y vehicular, y privilegió el confort doméstico con el uso de la vivienda aislada con jardín, portal y pasillos laterales, provocando una excelente transición entre el espacio público y privado con la vegetación como elemento protagónico. Su ejecución, contrario a lo que se creería, tomó tiempo. En los primeros años del siglo XX, Renée Méndez Capote, quien tenía su residencia en 15 y B, comentaba que aún no habían parques ni aceras, y que las únicas calles no interrumpidas por furnias eran Línea, 17 y Calzada. El alumbrado era con faroles de gas y aún no había alcantarillado.
En esta zona de la ciudad existían varias canteras de piedra, de las cuales se extrajo material de construcción, sobre todo empleado en Centro Habana. Todavía queda la huella de algunas como las furnias de 25 y N (Canteras de la Cueva) y 25 y K (Canteras de Vega), sobre la que hoy se levanta el nuevo mastodonte hotelero.
En sus Memorias de una cubanita que nació con el siglo, Méndez Capote describe un Vedado que mantenía un fuerte matiz campestre al empezar el siglo XX, donde abundaban murciélagos y lechuzas, y pastaban chivos, vacas y burras. Así lo resume: "El Vedado de mi infancia era un peñón marino sobre el que volaban confiadas las gaviotas y en cuyas malezas crecía silvestre y abundante la uva caleta. Las cercas eran de tunas espinosas, el aire lo poblaban las auras tiñosas, los totíes, los gorriones, las bijiritas y los sinsontes y en las furnias gigantescas de la orilla derecha del Almendares, de las que serían la Calle 23 y la Calle 15, anidaban las iguanas, los hurones y las ratas".
Como construcciones de siglos anteriores estaban: el reducto de la Chorrera (c.1641-43), el Castillo del Príncipe (1767-79) y el Cuartel de la Pirotecnia Militar (Colina Universitaria) en su límite sur. ¿Pero qué edificios ocuparon El Vedado del siglo XIX? ¿Cuáles quedan?
Coincidiendo con la fundación del reparto, en Línea y 18 se definió una estación o paradero para el tranvía que comunicaba con La Habana Vieja. Se dice que el inmueble actual es de inicios del siglo XX. También se comenzó a construir al sur el cementerio Colón en 1871; la Iglesia de la Virgen del Carmen (o del Rosario) en 16 entre 13 y 15, en 1872, que permanece inconclusa; y en 1880 el hospital Nuestra Señora de las Mercedes, en 23 y L (demolido en 1958). Además había algunos baños de mar y el Club de Béisbol Habana.
En 1886 se inauguró el Hotel Trotcha, en Calzada y 2, que desde temprano fue muy popular como espacio de alojamiento y por los bailes, juegos, conciertos y obras de teatro que organizaba. Ya muy maltrecho, el edificio fue parcialmente destruido por un incendio en 1986. Su pórtico monumental, querido y recordado por los vedadenses cayó con el huracán Irma en 2017. Los restos de las columnas fueron removidos del lugar muy a pesar de los vecinos.
Dos décadas después de aprobado El Vedado, alrededor de 45 manzanas estaban ocupadas total o parcialmente con viviendas. Las edificaciones se concentraban sobre la calle Línea hasta 3ra y al sur hasta 13, en el tramo inscrito entre las calles 24 y G. Atravesada en la retícula aún se conservaba la hacienda del conde de Pozos Dulces (entre las manzanas D, 11, F y 15 aproximadamente). Según Méndez Capote, "estaba abierta para los niños con su verja alta y su gran jardín lleno de flores y de árboles frutales en que abundaban los nidos, y la casa de vivienda se alzaba acogedora en una loma. Todas las mañanas íbamos a jugar a la hacienda de Pozos Dulces, como dábamos una vuelta por casa de los Parajón, que tenían animales en el jardín y nos llegábamos al Trotcha a ver los cocodrilos".
Las primeras viviendas tuvieron gran relación con las quintas de El Cerro, copiaron la elegante línea neoclásica de las fachadas, los altos puntales y techos planos, los grandes ventanales con lucetas de colores y la fantástica herrería de cancelas, barandas y rejas de portal. Por regla general omitieron el patio interior típico de la vivienda colonial, cuya función climática sustituyó el entorno ajardinado, e incorporaron pasillos interiores para articular las habitaciones de la casa. Algunas son de una planta como la de Juan Bautista Docio (1880) en Línea 804, y la de Línea, entre 8 y 10 (1889), de las pocas con patio interior; y otras de dos plantas como las de Antonio González Curquejo (c.1880) en Línea y B 612, y las gemelas de B entre Línea y Calzada (151 y 153), también construidas por González Curquejo para alquiler.
No faltó el uso de viviendas en tira con paredes medianeras, como las de Línea entre C y D, y las de Calzada entre 8 y 10. No obstante, el modelo de casa exenta se impuso. Las más vistosas residencias que se conservan del siglo XIX son las que están en Línea entre D y E: la de Francisco López García (1888), en el número 508; su vecina en el 502, ya de 1900; y enfrente la número 505, de Cosme Blanco Herrera (1892-1901).
La primera, hoy en restauración por el estudio privado de arquitectura Infraestudio para centro de arte contemporáneo, destaca por su magnífico portal de seis metros con arcada de pilastras adosadas. Su enorme cancela es una obra de arte de la herrería decimonónica, sin duda la más elaborada y vistosa de la barriada, cubierta por un mediopunto de fábrica que tuvo tres copas de cemento. Hermosas son también las piñas piñoneras colocadas sobre cada montante de la reja de entrada. A su lado, la número 502 destaca por las delgadas columnas de hierro que sostienen el portal con gingerbreads también metálicos.
Aunque la reina de la ornamentación fue la residencia del industrial Cosme Blanco Herrera, donde la base neoclásica se desbordó con la filigrana de las molduras y los balcones de vidrios de colores. Desde 1970 esta vivienda albergó la sede de Teatro Estudio, y ha sido utilizada como local de ensayo, representaciones, exposiciones y oficinas de las direcciones de arte dramático. Conocida como la Casona de Línea, desde 2014 se llama Centro Cultural Vicente Revuelta. En 2003, se inauguró en sus jardines una nueva sala de teatro llamada Adolfo Llauradó, que al día de hoy continúa siendo uno de los espacios preferidos del teatro cubano.
Tal vez la más popular de las casas del siglo XIX vedadense es la de Línea y 14 (c.1880). Inicialmente de alquiler, fue residencia definitiva de Dulce María Loynaz entre 1920 y 1946, aunque antes su familia la alquiló en varias ocasiones. Se levanta sobre un basamento donde estaban las habitaciones de servicio, y para el acceso a la planta principal tiene una escalera bifurcada. Es de las pocas con techo inclinado y portal de madera. Federico García Lorca, quien la visitó, la llamaba "mi casa encantada".
Al igual que otras viviendas de su época ha sido convertida en ciudadela, y sufre un crítico estado de deterioro. Maltrechas sobreviven esas casas para recordar los inicios de El Vedado, de ese barrio insignia de la modernidad habanera. En su poema "Últimos días de una casa", Dulce María Loynaz dio voz a esta casa que cuenta la transformación del entorno y llora su ruina. Quede esta estrofa como un reclamo amplificado más de medio siglo después de escrito el poema:
No he de caerme, no, que yo soy fuerte.
En vano me embistieron los ciclones
y me ha roído el tiempo hueso y carne,
y la humedad me ha abierto úlceras verdes.
Con un poco de cal yo me compongo:
con un poco de cal y de ternura…
La Habana tiene un encanto único; yo, que crecí en el campo, no me aburría de caminarla.
Gracias por el artículo. Algo agradable los domingos.
Estos articulos son una maravilla. Gracias a la autora. Lo deja a uno con deseos de ver fotos de los lugares que cita.